pero allá va lo que acabo de terminar.
Espero vuestros comentarios, gracias por leer.
Lula
Lula vivía en una caja de hojalata. Desde que una trucha saltarina se comió una de sus alas transparentes, no podía volar. La niña la había recogido a la orilla del río y la había cuidado como si fuera una más entre sus muñecas. La acomodó en la caja de hojalata, una vieja caja de Cola Cao, naranja con lunares blancos. Algunas noches, la niña dejaba la tapa medio abierta y Lula recibía la visita de la vieja araña azul. La primera vez que vino, le asustó un poco con su cuerpo peludo. Luego se dió cuenta de que la araña simplemente se sentía sola. Venía a cada poco y se sentaba en el borde de la caja. Lula le hablaba de su vida en el bosque, de cómo le echaba carreras al río y hacía dibujos en el lago. La araña la miraba con ojos grandes y pintaba una sonrisa de oreja a oreja en su cara sin orejas. Se había pasado toda su vida tejiendo y tejiendo, sin mirar más allá de su tela.
Una noche, mientras caminaba en equilibrio por el borde de la caja, Lula le contó con voz apagada:
"Mañana se enciende la primavera. Cuando vivía en el río, cada año mis hermanos y hermanas bailaban la danza del aire para encender la primavera. Bailaban y tocaban una por una a todas las flores para despertarlas. La última vez que les ví hacerlo prometieron que al año siguiente podría bailar con ellos. Ya sé que nunca bailaré la danza del aire, pero, si al menos pudiera volver a
verles bailar!"
A Lula se le escapó una lágrima. La lágrima le cayó a la araña. La araña no dijo nada.
"¿Sabes? Una vez la niña me contó que si deseas algo de verdad, con todas tus fuerzas, se hará realidad. Yo deseo volver a volar, lo deseo de verdad. ¿Me entiendes?"
La araña no contestó, nunca contestaba. Se dio la vuelta y se marchó hacia su telaraña.
"¿Por qué no me hablas? ¿Es que no me crees? Vete, sí, vete a tejer, eso es lo único que sabes hacer ."- gritó Lula enfadada.
Al día siguiente, al despertar, Lula descubrió, apoyadas en la caja, unas alas blancas. Eran mucho más grandes que las suyas, pero no pesaban nada. Se las ató, una de ellas al ala que le quedaba. La otra, a sus patas. Con mucho trabajo, consiguió elevarse por el aire. Voló y voló veloz hacia el río a buscar a sus hermanos. Aquel día Lula pudo encender la primavera como había soñado, volvió a sonreir, feliz de estar de nuevo con sus hermanos, con sus amigos, en su bosque de siempre, en su río y su lago.
Y mientras volaba sobre el río, de pronto se acordó de la araña azul. La echó de menos, se sintió triste por lo que le había dicho y quiso ir a contarle que era cierto lo que la niña le había contado. Que su deseo se había hecho realidad y ahora tenía unas alas blancas con las que volvía a volar veloz como el viento.
Voló hacia la casa, entró por la ventana y buscó a la araña. De pronto, notó un agujerito dentro. Primero era un agujerito pequeño, del tamaño de la punta de un alfiler.
Siguió buscando, entró en la habitación de la niña. Pero no encontró a la araña. El agujerito creció, ahora era del tamaño de una cabeza de alfiler.
Se acercó entonces a la caja de hojalata, se posó en el borde y buscó dentro, pero no encontró a la araña. Ahora el agujerito era del tamaño de un comino.
"¿Buscas a la araña?"-preguntó de pronto una pulga.-"Desapareció. Anoche se puso a tejer, la ví tejer como nunca antes la había visto. Tejió y tejió durante toda la noche hasta que se quedó sin hilo y sin fuerzas. Y entonces desapareció".
A Lula se le escapó una lágrima. La lágrima le cayó a la pulga. La pulga le gritó desde el
fondo de la caja: "!Eh! ¡Señorita de altos vuelos, ¿quién te has creído que eres?! ¡Ten más cuidado con lo que lloras!"
Lula se miró el agujerito del tamaño de un comino. Le molestaba volar con un agujerito tan grande. Así que guardó ahí a su amiga, la araña azul. Desde entonces, siempre la lleva consigo, a echar carreras al río y a dibujar en el lago.