Ya se acerca el calor, las noches a la fresca comiendo pipas y charla que te charla. Estas noches desveladas, me recuerdan a las historias que de niño contábamos en los soportales, mientras algunos fumaban sus primeros cigarrillos. Me trae a la memoria, historias cronometradas con paquetes de pipas vacíos y puntuadas por el número de pelos que podía erizar en tu cuerpo.
Hablo de historias de terror: el hombre del saco, leyendas urbanas, fantasmas que se te aparecen cuando nombras tres veces su nombre delante de un espejo. Esas historias, que al finalizar la noche, originaba una epidemia de excusas para no volver a casa solo.
Os propongo que para la siguiente semana colguemos alguna historia de miedo, ¿Os apuntáis?
Naturalmente, preferible que sea infantil o juvenil, que de las otras estamos un poco hartos.
ResponderEliminarUn abrazo
Esto me va a resultar muy difícil, soy muy miedica, me asusto con "Bambi".
ResponderEliminarAY, a mí me pasa igual, soy miedica, no me gustan las historias de miedo y me considero totalmente inepta para escribir una. Pero todo sea por hacer ejercicio escrituril. !A por ello!
ResponderEliminarRuben, creo que esta vez vas a estar en tu salsa, ¿me equivoco?
‘Rasss. Rasss, Rasss….’
ResponderEliminarEste ruido me ha despertado. Es un ruido áspero. No identifico que pueda ser, pero no tengo ninguna intención de averiguarlo. Me aprieto el embozo de la cama, me acurruco y pretendo volverme a dormir.
‘Rasss, Rasss, Rassss…’
Suena mas cerca. Siento como desaparecen las telarañas del sueño y mi mente despierta súbitamente. Seguro que no es nada bueno. Mis hermanos, en la misma habitación que yo, no parecen oírlo. Sus respiraciones son pausadas y profundas, indicativo de que están profundamente dormidos. Solo yo oigo el ruido.
Noto como mi cuerpo se encoje, mis manos se agarrotan y la necesidad de abrir los ojos para ver que es se hace acuciante. Pero no me atrevo.
-¡Cállate, corazón, que nos van a oír!-
Sus palpitaciones resuenan en mi sien y creo que la cama entera salta con cada uno de sus latidos.
-¡Quieto, corazón, no delates nuestra presencia!-
Necesito gritar, llamar a mi madre, o mis hermanos, pero solo consigo gritar en mi mente, mis labios permanecen sellados. ¿Por qué no se despiertan?.
No puedo con esta angustia. Tengo que mirar que es. Por fin me decido. Lentamente deslizo el embozo de la cama y abro un ojo, eso si poco, por si acaso. No veo nada, la oscuridad es total en la habitación. Ni la luz de la calle se filtra por la ventana. Está cerrada. Me tranquilizo, levanto la cabeza y abro el otro ojo. Centro la vista para intentar ver algo. Nada. Busco las camas de mis hermanos. Sus cuerpos están quietos, dormidos y mi vista resbala de sus cubres hasta la puerta de la habitación y, de golpe ,allí están, DOS OJOS VERDES, rasgados, brillantes, flotando en el aire, me miran fijamente.
No veo nada más. Son más rápidos mis movimientos que mis pensamientos. Cerrar los ojos y meter la cabeza entre las sabanas es visto y no visto.
Tiemblo, me aferro a las sabanas y quiero gritar: ¡MAMA!. Pero sigo sin poder.
¿No se acabará la noche?. ¿No vendrá el día para espantar al monstruo?.
Se enciende una luz. Creo que el monstruo me ha detectado y viene a por mí. Oigo el roce de sus pasos. Noto su presencia. Una garra se posa sobre mi hombro y….
-‘Tete’, ¿quieres estarte quieto?, has asustado a MICIFU-
Es mi hermano. Tiene al gato entres sus brazos y lo acaricia suavemente, mientras me mira con su ojos verdes, rasgados.
Bueno, allá va el mío. Veo que tiene algunas coincidencias con el de Setreuf, es evidente que todos hemos pasado alguna vez por esa tortura nocturna.
ResponderEliminarOs advierto que mucho miedo no da; de hecho, se lo he leído a mis hijos y se han partido...
Sudaba copiosamente bajo las sábanas, aferrándolas con fuerza sobre su cabeza. Notaba las pequeñas gotas deslizándose por su cuello y por su espalda, pero era incapaz de mover un músculo, ni de gritar llamando a mamá.
Rezaba el "Jesusito de mi vida", la única oración que recordaba completa, suplicando quedarse dormido, atento a cada ruido mínimo de la noche. En la oscuridad retumbaban como estruendos.
No comprendía cómo mamá había reído y aplaudido emocionada cuando le mostró el diente sobre la palma de la mano. Recordaba perfectamente que hace apenas tres meses, gritó como una posesa llamando a papá, encaramada sobre una silla, cuando un ratón se coló en la cocina.
¿Qué tenía éste de diferente? Mágica o no, seguía siendo una rata.
A su amigo Juanjo le cambiaba cada diente por una moneda de dos euros. ¡A él no le importaba el dinero!¡Daría con gusto todos sus ahorros de la hucha por que no se presentara!
Sólo imaginarlo trepando por la colcha, correteando sobre su cuerpo, deslizándose bajo la almohada... se le erizaba cada pelo del cuerpo. Y su cola... no quería pensar en su cola delgada y peluda serpenteando junto a su cara.
Maldijo entre lágrimas a aquel ratón macabro empeñado en construir una mansión infinita con dientes ensangrentados.
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ResponderEliminarAquí les dejo mi cuento. Está escrito para lectores mayores de 12 años. espero que os guste:
ResponderEliminarEl Traductor
Sonaron las doce en el reloj de pared, el intérprete empezó a retener todo lo que aquel viejo le decía:
—Señorita Griffin —comenzó a traducir a la dama que tenía sentada delante—, su padre se opone rotundamente al casamiento...
El anciano lo interrumpió para añadir algo más, entre gritos y balbuceos. A Jack no le gustaba que lo interrumpieran, pero era todo un profesional en su oficio.
—Como le iba diciendo, su padre —miró al padre, que lo observaba sobre el hombro con ojos vacíos—... no es que se oponga a su casamiento, si no que le prohíbe casarse con mister Greenwood. Según él, no ha trabajado toda su vida para que su única heredera se case con, y cito textualmente, «ese petimetre de tres al cuarto».
—Pero, yo lo amo. ¡Papá, lo amo con toda mi alma! —Eleanor Griffin, desconsolada, estalló en lágrimas sobre la mesa de caoba rojiza.
El hombre marchito continuo con sus balbuceos y chillidos en un idioma que solo podían entender unos pocos. Las últimas palabras de su hija le habían causado un dolor mas intenso que cualquier daño terrenal. El padre, furioso, golpeó un jarrón que había sobre el aparador. El ruido del estallido hizo levantarse a Eleanor de un salto, se podía ver el miedo atenazando su rostro.
Jack estaba acostumbrado a este tipo de cosas; de hecho era el segundo jarrón que se partía esa semana. Se levantó, agarró las manos de la dama y continuó su trabajo:
—Tranquilícese, señorita Griffin. Su padre solo quiere lo mejor para usted...
—Ese maldito viejo quiere lo mejor para su dinero. Le importa un bledo los sentimientos de su hija. ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Y mil veces maldito!
Los gritos de Eleanor llamarían la atención de los vecinos. Jack tendría que dar explicaciones a la policía de nuevo, «ya era hora —pensó— de que cambie de trabajo».
—Eleanor —continuó el traductor—, mister Griffin a sido rotundo. Una persona, en el estado en que se encuentra su padre, no tiene nada que perder. Yo solo, le estoy advirtiendo del peligro que corre si no hiciera caso de sus palabras. Tal vez este poniendo en peligro la vida de su amado mister Greenwood, y tal vez su propia vida. Tiene que elegir, el amor o el dinero...
El viejo estalló en alaridos, enloqueció arañando el papel de las paredes. Jack sabía que ahora venía lo peor. Eleanor, aterrada, apretó los cálidos dedos de Jack buscando valor.
—Elijo mi felicidad —susurró la mujer ignorando por completo al hombre endemoniado que destrozaba los muros de la habitación entre aullidos...
—Sea valiente, señorita Eleanor. Ha dado un gran paso. Un abogado designado por su padre se pondrá en contacto con usted a primera hora de la mañana. Espero que pueda encontrar esa felicidad que no pudo alcanzar su difunto padre. Al fin y al cabo, el dinero no lo es todo.
Sonaron las doce y media, el vinculo con los muertos sólo duraba este corto periodo de tiempo. Era como una puerta cerrada, a la que Jack tenía acceso a media noche. El sueldo de médium no compensaba todo lo que tenía que aguantar en cada sesión. El señor Griffin se había desvanecido, había vuelto a los infiernos o al lugar de donde viniera aquel fantasma errante; a Jack le importaba poco lo que le esperara a ese pobre diablo en el mas allá. Le interesaba más el mundo de los vivos.
La señorita Griffin desapareció por las calles, conduciendo su coche de lujo. Jack se sirvió una copa, encendió un cigarro y llamó por teléfono:
—¿Peter? Todo arreglado, mañana tienes que pasarte por la mansión con los documentos... Sí, lo normal, algunos destrozos... Perdona tengo que colgar, ya está aquí la policía. Es la cuarta vez este mes que vienen de visita, gajes del oficio.
FIN
No sé si es del todo infantil, aún no se la he dado a leer a mis hijos...Eso sí, advierto, larga sí es. Primera parte:
ResponderEliminarAl día siguiente tocaba visitar al dentista. Don César, así se llamaba el doctor, era un hombre mayor, alto, grande, descomunal. Pese a ser buen amigo de su abuelo, a Mario no le gustaba nada. Cada vez que le veían cuando iban a buscar al abuelo al casino del barrio, Don César se le acercaba y con su inmensa mano, le apretaba la cabeza. “¿Qué pasa, chaval?” –decía mientras lo sujetaba, presionando cada vez más. Mario se paraba, le gustaría poder gritarle que le soltara, pero el miedo le impedía moverse. Si intentaba escapar, pensaba, su cabeza acabaría espachurrada entre aquella manaza de gigante.
De nada sirvió implorar a papá: sus dientes estaban bien, se los lavaba todos los dias después de comer y casi no probaba las chuches. No hubo escapatoria.
Llegó la hora. Papá le recogió a la salida del cole y le llevó a la consulta. El portón de madera oscura, estaba cerrado. Llamaron al telefonillo y cuando Don Cesar les abrió, un quejoso chirrido salió desde las negras profundidades del descansillo. Mario se estremeció y apretó la mano de papá. Este encendió la luz y avanzó hasta llegar a la puerta de la consulta, también de madera oscura con unos herrajes dorados.
Don César abrió la puerta y le saludó como de costumbre. “¿Qué pasa, chaval?”. Antes de que pudiera apartarse, su mano aterrizó en el cráneo de Mario; como otras veces, quedó inmóvil como si lo hubieran clavado en el suelo. Papá se puso a explicar que había mucho tráfico. Mientras tanto, Don César seguía apretando su mano con fuerza. Por miedo a romperse, Mario dejó de respirar, se quedó tieso y apretó los ojos. De pronto sintió como si su cráneo crujiera. ¡Horror, se había roto!
Quería gritar, avisar a papá, ¿cómo no se daba cuenta de lo que le estaba haciendo aquel bestia? De un momento a otro comenzaría a sangrar. Se le partiría la cabeza en dos y ¿quién sabe?, tal vez se le cayera el cerebro al suelo.
-Bueno, vamos allá –dijo de repente Don César, al tiempo que le soltaba- Sientate aquí, anda –le indicó, señalando un ajado sillón de cuero marrón con un reposacabezas formado por dos raidas almohadillas grises- Abre la boca.
Mario obedeció y le vió coger un palo metálico acabado en círculo. Después tomó uno con un garfio, otro afilado como una aguja, y comenzó a pincharle entre los dientes. Estaba aterrado, se agarró a los brazos del sillón con todas sus fuerzas para no gritar. ¡Y papá no decía nada! ¿Es que no se daba cuenta? Estaba claro, Don César era en realidad un pirata torturador de niños.
Y segunda:
ResponderEliminarDe pronto papá tuvo que salir, llamaron a la puerta y no había nadie más dispuesto a abrir. Mario se asustó más todavía. Un escalofrío recorrió su espalda al observar cómo Don César tomaba ahora un extraño instrumento colgado de una manguera fina.
-Abre bien, chaval, así no puedo trabajar –le espetó.
Introdujo aquel cachivache en su boca y de pronto un ruido infernal, parecido al de una sierra mecánica o más bien un martillo neumático comenzó a retumbar en la cabeza de Mario. Gritó de espanto, el monstruo que tenía su abuelo por amigo le estaba taladrando la boca. ¡Y además estaba el roto de su cabeza! ¡Tal vez quería hacerle un túnel!
Intentó moverse pero el gigante le sujetó la cabeza con la otra mano.
Aquello era el fín, estaba claro, había aprovechado la ausencia de papá para agujerearlo sin piedad. El aparato sonaba ahora como la máquina que usaba el carnicero para cortar los huesos de jamón. Mario estaba a punto de desmayarse, comenzó a patalear mientras sus dedos seguían clavados en los brazos del sillón.
Por fín Don César le soltó y con voz cavernosa le dijo, mientras le ofreció un vaso de plástico lleno de agua: -Anda, quejica, enjuágate y escupe.
Mario le hizo caso. Al escupir en la pila cercana, vió con horror cómo de su boca salía un torrente interminable de color rojo.
-¡Socorro, papá! ¡Me ha roto la cabeza, está saliendo la sangre por todos los agujeros que me ha hecho, voy a morir! ¡Socorro!
Papá llegó apresurado. Intentó tranquilizarle, pero fue inútil, Mario lo agarró por la manga y le arrastró hacia la salida con tal fuerza que le rompió el botón de la camisa.
-¡Pero si no le he puesto aún la amalgama! ¡Diantre de chico! –oyó protestar a Don César.
Mientras papá balbuceaba una disculpa, se oyó un portazo: el siguiente paciente huía despavorido.
Aquella fue la primera vez que Mario visitó a un dentista. Y la última.
Despertó para descubrir que sólo le rodeaban la oscuridad y el silencio. El frío y duro suelo de piedra aumentaba el dolor que sentía en todos y cada uno de los músculos de su cuerpo. Respirar era un sufrimiento. Cada latido de su corazón, un tormento, una lucha contradictoria entre lo que debía ocurrir y lo que estaba sucediendo.
ResponderEliminarCon mucho esfuerzo tanteó el suelo con la mano y notó que, además de estar muy pulida, la piedra también estaba húmeda. Intentó levantarse. No pudo.
- Hola - quiso gritar, pero apenas un leve murmullo salió de su garganta. Carraspeó y lo volvió a intentar. Al menos esta vez fue capaz de oír su propia voz que le sonó rara y distorsionada.
Con un enorme esfuerzo rodó sobre sí mismo y, palpando las paredes, descubrió que aquel lugar era o había sido un pozo, pues era de base circular y el moho crecía por todas partes.
- Hola - gritó por tercera vez y las paredes casi parecieron querer responder pero el eco no se dignó a contestar.
Iba a volver a gritar cuando el agua empezó a filtrase dentro del pozo. Provenía de las paredes y lo llenaba rápidamente. Con todas las fuerzas que pudo reunir se intentó levantar apoyándose en la resbaladiza pared. Cuando consiguió ponerse de pie el agua le llegaba por las rodillas. Repiró profundamente varias veces para reponerse del esfuerzo. Cuando pudo respirar con normalidad cogió aire y gritó con todas sus fuerzas:
- ¡Ayuda! - pidió. - ¡Sacadme de aquí! - volvió a pedir y golpeó con los puños las paredes. Nada ni nadie respondió. - ¡Ayuda! - volvió a gritar, cuando el agua le llegó a la cintura. - ¿Por qué? - preguntó mientras le llegaba al pecho. - ¿Qué os he hecho? - dijo mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas y llegaban a al agua, que le llegaba al cuello. - ¡Dejadme salir! - suplicó mientras empezaba a nadar para no hundirse. - Por favor, quiero vivir - dijo mientras el agua seguía subiendo. - Quiero salir - repitió, mientras con su cabeza alcanzaba el techo del receptáculo. - ¡Quiero salir! - Fueron sus últimas palabras antes de que el agua ocupara completamente la habitación.
Se concentró en aguartar la respiración, en buscar una rendija por la que escapar o encontrar un fallo en todo aquelló que le permitieran salir de allí con vida. Al final tuvo que soltar el aire y, cuando no pudo más, empezó a intentar respirar agua. Obviamente, murió.
Mientras, en otro lugar, un hombre miraba una pantalla que, con tonos verdosos, mostraba el interior del pozo. Con gesto de resignación revisó unas notas y apuntó algo en una libreta. A continuación encendió un micrófono y habló:
- Intento 238, fracasado. Reiniciamos el procedimiento Fénix. Vaciad la bañera y resucitad al sujeto. Empezamos el intento 239 de que el Elegido se reencarne.
Almu, si mi primera experiencia con el dentista hubiese sido como esa, yo tampoco hubiese vuelto...
ResponderEliminarSetreuf: Tu cuento está lleno de agobio y tensión. El ruido de las garras rápidamente te pone en situación. Ademas usas el corazón del niño como un compañero de él, eso me gusta. ¿Quién no ha sentido miedo en la oscuridad parapetándose en una sábana?
ResponderEliminarSin embargo el final es muy flojillo, al describir los ojos se confirma que es un gato y no produce mucha sorpresa...
Aurora: Es terrible pensar en el ratoncito Pérez como un sádico coleccionista de dientes ensangrentados. Acercas a la imaginación el momento en el cual la rata trepa por la colcha, eso cambia el recuerdo feliz de dicho encuentro por otro lleno de terror.
Para mi gusto el tema está un poco trillado en los cuentos infantiles, pero está escrito muy bien para tenerlo en cuenta.
Almu: Menudo dentista. En el relato cuentas como le rompen el cráneo al niño, pienso que es una idea muy infantil aunque no la desarrollas, te centras en la tortura con instrumentos. No veo claro la edad del lector, no pasa nada con esto pero como la idea de la historia gira alrededor de la primera visita veo que el lenguaje usado debería ser mas simple; me gustaría si tuviera frases cortas y menos enrevesadas.
Me gustó el toque final del cliente que huye aterrorizado, pero necesita un desenlace con el protagonista. El personaje del abuelo lo usas de referente pero no aparece por ningún lado, eso me parece extraño. Otra cosa que podrías mejorar es el narrador. Se mete en los pensamientos del niño y no explica esos pensamientos(como la rotura del cráneo), creo que quedaría mejor en 1ª persona.
Aparte de todo esto, es una historia muy, pero que muy, original.
Oyros: se ve que te lo has currado, la historia tiene un ritmo continuo. Comienzas con un misterio, el lector se hace mil preguntas que lo enganchan desde el principio. Las descripciones te meten en el escenario (aunque no te esperas que el pozo tenga techo, creo que deberías meterlo en la descripción del pozo). El terror de la falta de auxilio lo vas aumentando en ese párrafo tan acertado de gritos de auxilio, donde se ve el crescendo del pánico. Creo que el final es impactante (como solo tú sabes); aunque deberías dar alguna pista (por ejemplo: cuando despierta que tuviera las uñas rotas de los otros intentos). Si no das pistas, el lector se siente un poco engañado al ser sorprendido con un conejo sacado de la chistera. Hay formas de dar pistas sin desvelar el final, haciendo al lector sorprenderse doblemente: ante el giro del desenlace y en el desvele del cuento en su conjunto; como un puzzle con sorpresa.
He encontrado algunas rimas que te interrumpen en la lectura, te marco algunas:
Respirar era un sufrimiento. Cada latido de su corazón, un tormento,
¡Ayuda! - volvió a gritar, cuando el agua le llegó a la cintura.
un hombre miraba una pantalla que, con tonos verdosos, mostraba el interior del pozo
Es normal que tengamos estos fallos, los cuentos deben descansar, leídos por otras personas para darnos cuenta de esos errores, pulirlos y pulirlos y pulirlos para dejarlos redonditos.
PD: Estas criticas espero que las sepáis interpretar como las de un compañero de clase, no como las del maestro. Pienso que si pudiéramos coger lo mejor de este grupo, habría un desbancador de concursos literarios. Y por supuesto comparto para recibir... Abrazos
Eh, sois unos maestros del suspense!
ResponderEliminarMe ha gustado especialmente el de Oyros, por la sensación de agobio. Aunque comparto con Rubén que deberías haber sustituido "pozo" por alguna clase de cubículo cerrado. Al hablar de pozo, dejas abierta la posibilidad de que respire por la parte superior y creas cierta esperanza de salvación y después no es así.
En cuanto al de Rubén, el ambiente fantasmagórico, genial. Pero yo suprimiría el apunte de que la chica se marcha en su coche. Me estaba montando la película en torno al siglo XVIII-XIX, en un ambiente algo más gótico. Lo del coche no me pega. Una chica de hoy en día, no acude a un medium ni espera el beneplácito de su difunto padre (no?)
Esto sólo por decir algo, me parecen estupendos.
Un beso,
Uhmmm... tienes razón Aurora. Lo puliré y lo mando a alguna revista a ver si cuela.
ResponderEliminarUn abrazo!